Tuesday, October 18, 2011

TESTAMENTO SAN PABLO DE LA CRUZ

Ante todo les recomiendo con la máxima insistencia el cumplimiento de aquel santísimo mandamiento dado por Cristo Jesús a sus discípulos: “En esto conocerán todos que son mis discípulos: si se aman lo unos a los otros” (Jn 13, 35). He ahí, carísimos hermanos, lo que yo deseo con todo el afecto de mi pobre corazón, lo mismo de ustedes que están aquí presentes, como de cuantos en la actualidad llevan este hábito de penitencia y de luto en memoria de la Pasión y Muerte de nuestro amabilísimo y divino Redentor, e igualmente de parte de todos aquellos que, por la divina misericordia, recibirán en los tiempos futuros la llamada a ingresar en este pequeño rebaño de Cristo Jesús.

Recomiendo, además, especialmente a los que van a ejercer el oficio de superiores, que florezca siempre en la Congregación el espíritu de oración, el espíritu de soledad y el espíritu de pobreza. Y estén seguros que, si se mantienen estas tres cosas, la Congregación “brillará como el sol ante Dios y ante los hombres”.

Con particular empeño les recomiendo un filial afecto hacia la Santa Madre Iglesia y la más perfecta sumisión a su Cabeza visible, que es el Romano Pontífice. Día y noche se pedirá en nuestras oraciones tanto por la misma Santa Iglesia como por el Sumo Pontífice. Asimismo procurarán, por todos los medios posibles, colaborar por el bien de la misma Santa Iglesia en la salvación de las pobres almas de los prójimos por medio de los Ejercicios Espirituales y demás actividades, conforme a nuestro Instituto, promoviendo en el corazón de todos la devoción a la Pasión de Jesucristo y a los dolores de Maria Santísima.

Finalmente, pido perdón, rostro en tierra y con vivo sentimiento de mi pobre corazón, a todos los miembros de la Congregación, lo mismo presentes que ausentes, de todas las faltas cometidas por mí en este cargo que, por voluntad de Dios, he ejercido durante tantos años. En el momento de partir de entre ustedes hacia la eternidad no les dejo sino mis malos ejemplos, aunque debo confesar que jamás he tenido esa intención, antes bien, siempre he procurado de corazón la santidad y perfección de todos ustedes. Por eso, nuevamente, les pido perdón de todo ello y les recomiendo mi pobre alma, a fin de que el Señor la acoja en el seno de su misericordia.

Mi querido Jesús, aunque pecador, espero ir a gozar de vos en el paraíso y, en el momento de mi muerte, daros un santo abrazo para estar por siempre unido a vos “por toda la eternidad” y cantar eternamente las divinas misericordias. Os recomiendo ahora y por siempre la pobre Congregación, que es fruto de vuestra cruz, de vuestra pasión y de vuestra muerte, y os pido que déis a todos los religiosos y bienhechores vuestra santa bendición. Y vos, oh Virgen Inmaculada, reina de los mártires, por los dolores que sufriste en la pasión y muerte de vuestro amabilísimo Hijo, dad también a todos vuestra bendición maternal, mientras que yo a todos pongo y a todos dejo bajo el manto de vuestra protección.

Estos son, queridos hermanos míos, los recuerdos que les dejo, con todo el afecto de mi pobre corazón. Les dejo, pero quedaré esperándoles a todos en el santo Paraíso. Allí pediré continuamente por el Sumo Pontífice, por la Santa Iglesia que tanto amo, y por toda la Congregación, por los bienhechores de la misma y por todas aquellas personas por las que siento el deber de pedir. A todos ustedes, tanto presentes como ausentes y futuros, les dejo mi bendición.

San Pablo de la Cruz

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